Gea

En un mundo donde apenas queda sitio para la esperanza y donde la vida es vivida por costumbre y por monotonía, porque así lo hicieron los abuelos de los padres de la fgeneración más anciana, el silencio es un bien más valioso que la plata o el oro, que las grandes propiedades y que la familia. Pero nadie disfruta del silencio.
Porque el silencio no existe. Imitaciones de extraordinaria calidad son vendidas a altísimos precios en las subastas de las instituciones más prestigiosas, y se trafica y se mata por ellas. Desde lo alto, en las nubes, los responsables de esto miran, complacidos, como su plan toma la forma que ellos querían.
Los espíritus de las nubes siempre están vigilantes, porque el Sol no salía nunca. Era otra parte del castigo impuesto. Pero nadie se quejaba, porque de todos había sido culpa la situación.
Los espíritus se habían llevado la luz, la esperanza, el silencio y la verdad. En cualquier otro momento de las historia, los humanos se habrían alzado y habrían recuperado lo que era suyo, pero no lo hicieron porque no había sido un robo, sino un trueque.
A cambio de los dones que los hacían humanos, habían recibido la capacidad de tener todo lo que deseaban. No existe el sentimiento de superación, porque consigues lo que quieres al segundo y no hay nada más.
Así desapareció la humanidad.
Solo existían autómatas que actuaban por inercia, sin fines o apiraciones. Un ejército de muertos vivientes.
Para ellos, todo despareció, menos el ruido.
Ruido de pisadas, ruido de latidos.
Doloroso ruido.
Poco a poco, los autómatas agonizaron por el ruido
Y solo fue entonces cuando los espíritus bajaron, limpiaron el planeta de autómatas y liberaron a los rebeles y a los aventureros, a los emprendedores, a todos esos que un día habían osado plantarles cara y decirles que su mundo no iba a ser perfecto ni ordenado.
"La Tierra es vuestra", dijeron sus ancestros. "Cuidadla bien"

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